DISEÑADORES Marcelle Guillet, la modista de las 1.500 flores
Marcelle Guillet evoca con pasión el legado de las tres
generaciones de artesanos que la precedieron en este mundo de la delicadeza
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En vísperas de los desfiles de alta costura en las pasarelas de
París, las 24 petites mains (costureras) del taller de Marcelle
Guillet, heredera de una dinastía de artesanos, van haciendo surgir las
flores de seda o de organza que adornarán las próximas colecciones de Christian
Lacroix o Chanel.
Es en este taller parisino, a dos pasos de la plaza de la
Bastilla, que nacen las orquídeas, rosas y libélulas que
engalanarán la solapa de un traje sastre, los volantes de un vestido o el ala de
un sombrero.
Marcelle Guillet, «maestra artesana» que ha realizado más
de 1.500 modelos desde su debut en la profesión, evoca con pasión el
legado de las tres generaciones de artesanos que la precedieron en este mundo de
la delicadeza.
La casa fue fundada por la bisabuela de Marcelle, que habiéndose
quedado viuda y con un hijo de siete años a su cargo, se trasladó en 1896 de su
Nantes natal a París y creó un taller de bordado y de fabricación de flores de
tela, una pericia heredada de la tradición popular bretona.
«Mi abuelo André comprendió siendo muy joven el provecho que
podía sacarle a un oficio artesanal tan poco extendido. De hojas de roble a
hojas de acanto, «cargamentos enteros de sus creaciones se exportaban cada año
hacia América Latina para decorar las iglesias barrocas».
De 30 obreras en 1914, el taller Guillet pasó a tener un centenar
después de la Primera Guerra Mundial. A su vez, Marcel, hijo de André y padre de
Marcelle, abrazó el oficio con pasión. Durante la Segunda Guerra
Mundial, fue quien creó una composición que pasó a ser célebre,
«aciano, margarita, amapola», que reúne los colores de la bandera francesa y que
fue símbolo de resistencia en la Francia ocupada.
«Después, mi padre se convirtió en un gran decorador, adornó con
una cinta de rosas la Columna de la plaza Vendôme, decoró las vitrinas de Dior,
de la perfumería Caron, de las casas Hermès o Gucci», recuerda Marcelle.
«Viví en un ambiente privilegiado, pero mis padres eran
severos y querían que aprendiera el valor de las cosas. Empecé muy
joven a dibujar, a pintar, a estarcir. A los 13 años, ganaba ya mi dinerito
realizando mis primeras flores».
«El problema era hacerme mi propio nombre al lado de un padre
célebre. Yo quería que él me admirara un poco. Él me hizo entrar en el oficio y
yo necesitaba distinguirme de él», cuenta.
«Fue así como, tras 15 años de aprendizaje, me dediqué a los
accesorios de moda. Era un sector a ocupar, y yo quería ser la mejor en mi
campo». «Diseñé mis primeros modelos y tuve la suerte de poder trabajar
rápidamente con Angelo Tarlazzi, Christian Lacroix, Louis Féraud, Givenchy,
Balenciaga, Yves Saint-Laurent y Chanel. Todos ellos me ayudaron a progresar»,
agrega.
Eso fue hace 25 años. Hoy, Marcelle, casada con un decorador y
madre de tres hijos, dirige un taller del que cada semana salen entre 500 y 700
flores de seda, muselina, organza y tweed bordado que aportan al mundo de la
moda «ese algo más, de sueño, de elegancia, de feminidad...»
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