Historias detrás de una máquina de coser
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El oficio de las modistas se niega a desaparecer y cobra
vigencia hoy. |
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Ellas siguen los gustos de sus clientas en materia de
moda. |
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Muchas mujeres derivan su sustento de la confección sobre
medida. |
La primera máquina de coser que tuvo
Luz Elena Ortega fue una Elgin Andina brasilera. Fue parte de su ajuar de casada
porque como dijo su mamá: "es bueno tenerla por si algún día se ocurre un ruedo,
y hay que ponerse a hacer algo porque uno no sabe que pueda pasar el día de
mañana".
Luz Elena le agradece a su mamá esas palabras dichas hace 21
años porque a la costura le debe todo lo que tiene.
Aprendió a coser con
sus hermanas y pronto fue necesario conseguir alguien que le ayudara porque no
daba abasto para atender su clientela. Entonces le propuso a Elvia, que le
ayudaba con los oficios de la casa, que aprendiera a coser. Poco después Elvia
trajo a su sobrina Maryluz. Ambas se dedican todos los días, de lunes a viernes,
a coser en las máquinas, mientras que Luz Elena se encarga del corte, la
moldería y de atender a las clientas.
El oficio de modista le ha
permitido a Luz Elena comprar su casa-taller del barrio Laureles, darle trabajo
a dos personas y, cuando se separó de su esposo, hacerse cargo de todos los
gasto, incluyendo la universidad de su hija, que hoy es arquitecta.
Cerca de 1000 clientas han pasado por la casa de Luz Elena. Para
demostrarlo, saca un archivador donde guarda las fichas en orden alfabético. En
un morrito de más o menos 100, está solo la A.
Nunca le ha faltado
trabajo. Dice que es porque hay calidad en lo que hace. "Es un trabajo que no se
hace a las carreras, hay que llevarle el gusto y los caprichos de la gente",
afirma.
Cree que el oficio de las modistas no se va a acabar porque
siempre habrá personas que necesiten ropa a la medida, que se ajuste a su cuerpo
o a su gusto y que no encuentran en los almacenes.
La modista de
Trianón En otro extremo de la ciudad, detrás de la iglesia del
barrio Trianón en Envigado, un letrero que dice modistería en letras negras da
la bienvenida al pequeño taller de Angela María Acevedo.
Angela la
modista, es como la conocen en el barrio, se dedicó durante tres meses seguidos
a aprender modistería con una amiga hace 27 años. Empezó con una máquina "muy
sencillita, ni siquiera hacía ojales", recuerda.
Trabajaba de día en
fábricas de confecciones y en las noches se sentaba en la máquina.
Pronto se dio cuenta de que era más rentable dedicarse de lleno a la
modistería.
Hoy pasa ocho horas diarias al frente de la Singer. Claro
que si la clienta necesita algo con urgencia y lo deja pago, Angela se trasnocha
y se lo tiene listo para el día siguiente.
Las ganancias de su trabajo
ayudan a costear los gastos de la casa donde vive con su esposo, que trabaja en
una compraventa, y Sara, su hija de ocho años. Dice que se ha hecho sola. No ha
renunciado a su sueño de ser diseñadora de modas. Sus clientas, que vienen de
toda la ciudad, son fieles porque les ofrece calidad, cumplimiento y buenos
figurines.
Al igual que Angela y Luz Elena, muchas mujeres han levantado
sus hogares en medio del sonido de las máquinas de coser, las mismas que se
resisten a desaparecer de los pequeños talleres de las
modistas.
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